Filosofía Pancho Lasso
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Mensaje  alasenlaspatas Dom Mayo 31, 2009 10:46 am

NIETZSCHE: EL CREPÚSCULO DE LOS ÍDOLOS
La «razón» en la filosofía.
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¿Me pregunta usted qué cosas son "idiosincrasia" en los filósofos?... Por ejemplo, su falta de sentido histórico,
su odio a la noción misma de devenir, su egipticismo. Ellos creen otorgar un honor a una cosa cuando la
deshistorizan, sub specie aeterni [desde la perspectiva de lo eterno], - cuando hacen de ella una momia. Todo
lo que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos
no salió vivo nada real. Matan, rellenan de paja, esos señores idólatras de los conceptos, cuando adoran, - se
vuelven mortalmente peligrosos para todo, cuando adoran. La muerte, el cambio, la vejez, así como la procreación
y el crecimiento son para ellos objeciones, - incluso refutaciones. Lo que es no deviene; lo que
deviene no es... Ahora bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en lo que es. Mas como no pueden
apoderarse de ello, buscan razones de por qué se les retiene. «Tiene que haber una ilusión, un engaño en el
hecho de que no percibamos lo que es: ¿dónde se esconde el engañador? - «Lo tenemos, gritan dichosos, ¡es
la sensibilidad! Estos sentidos, que también en otros aspectos son tan inmorales, nos engañan acerca del
mundo verdadero. Moraleja: deshacerse del engaño de los sentidos, del devenir, de la historia [Historie], de
la mentira, - la historia no es más que fe en los sentidos, fe en la mentira. Moraleja: decir no a todo lo que
otorga fe a los sentidos, a todo el resto de la humanidad: todo él es «pueblo». ¡Ser filósofo, ser momia,
representar el monótono-teísmo con una mímica de sepulturero! - Y, sobre todo, fuera el cuerpo, esa
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lamentable idée fixe (idea fija) de los sentidos!, ¡sujeto a todos los errores de la lógica que existen, refutado,
incluso imposible, aun cuando es lo bastante insolente para comportarse como si fuera real! ... »
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Pongo a un lado, con gran reverencia, el nombre de Heráclito. Mientras que el resto del pueblo de los filósofos
rechazaba el testimonio de los sentidos porque éstos mostraban pluralidad y modificación, él rechazó
su testimonio porque mostraban las cosas como si tuviesen duración y unidad. También Heráclito fue injusto
con los sentidos. Estos no mienten ni del modo como creen los eleatas ni del modo como creía él, - -no
mienten de ninguna manera. Lo que nosotros hacemos de su testimonio, eso es lo que introduce la mentira,
por ejemplo la mentira de la unidad, la mentira de la coseidad, de la sustancia, de la duración... La «razón» es
la causa de que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos. Mostrando el devenir, el perecer, el cambio,
los sentidos no mienten... Pero Heráclito tendrá eternamente razón al decir que el ser es una ficción vacía. El
mundo «aparente» es el único: el «mundo verdadero» no es más que un añadido mentiroso...
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¡Y qué sutiles instrumentos de observación tenemos en nuestros sentidos! Esa nariz, por ejemplo, de la que
ningún filósofo ha hablado todavía con veneración y gratitud, es hasta este momento incluso el más delicado
de los instrumentos que están a nuestra disposición: es capaz de registrar incluso diferencias mínimas de movimiento
que ni siquiera el espectroscopio registra. Hoy nosotros poseemos ciencia exactamente en la
medida en que nos hemos decidido a aceptar el testimonio de los sentidos, - en que hemos aprendido a
seguir aguzándolos, armándolos, pensándolos hasta el final. El resto es un aborto y todavía-no-ciencia:
quiero decir, metafísica, teología, psicología, teoría del conocimiento. O ciencia formal, teoría de los signos:
como la lógica, y esa lógica aplicada, la matemática. En ellas la realidad no llega a aparecer, ni siquiera
como problema; y tampoco como la cuestión de qué valor tiene en general ese convencionalismo de signos
que es la lógica.
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La otra idiosincrasia de los filósofos no es menos peligrosa: consiste en confundir lo último y lo primero.
Ponen al comienzo, como comienzo, lo que viene al final - ¡por desgracia! , ¡pues no debería siquiera venir! -
los «conceptos supremos», es decir, los conceptos más generales, los más vacíos, el último humo de la
realidad que se evapora. Esto es, una vez más, sólo expresión de su modo de venerar: a lo superior no le es
lícito provenir de lo inferior, no le es lícito provenir de nada... Moraleja: todo lo que es de primer rango tiene
que ser causa sui (causa de sí mismo). El proceder de algo distinto es considerado como una objeción, como
algo que pone en entredicho el valor. Todos los valores supremos son de primer rango, ninguno de los
conceptos supremos, lo existente, lo incondicionado, lo bueno, lo verdadero, lo perfecto - ninguno de ellos
puede haber devenido, por consiguiente tiene que ser causa sui. Mas ninguna de esas cosas puede ser
tampoco desigual una de otra, no puede estar en contradicción consigo misma... Con esto tienen los filósofos
su estupendo concepto «Dios»... Lo último, lo más tenue, lo más vacío es puesto como lo primero, como
causa en sí, como ens realissimum (ente realísimo)… ¡Que la humanidad haya tenido que tomar en serio las
dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de telarañas! - Y lo ha pagado caro! ...
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-Contrapongamos a esto, por fin, el modo tan distinto como nosotros - (digo nosotros por cortesía ..) vemos
el problema del error y de la apariencia. En otro tiempo se tomaba la modificación, el cambio, el devenir en
general como prueba de apariencia, como signo de que ahí tiene que haber algo que nos induce a error. Hoy,
a la inversa, en la exacta medida en que el prejuicio de la razón nos fuerza a asignar unidad, identidad,
duración, sustancia, causa, coseidad, ser, nos vemos en cierto modo cogidos en el error, necesitados al error;
aun cuando, basándonos en una verificación rigurosa, dentro de nosotros estemos muy seguros de que es ahí
donde está el error. Ocurre con esto lo mismo que con los movimientos de una gran constelación: en éstos el
error tiene como abogado permanente a nuestro ojo, allí a nuestro lenguaje. Por su génesis el lenguaje
pertenece a la época de la forma más rudimentaria de psicología: penetramos en un fetichismo grosero
cuando adquirimos consciencia de los presupuestos básicos de la metafísica del lenguaje, dicho con claridad:
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de la razón. Ese fetichismo ve en todas partes agentes y acciones: cree que la voluntad es la causa en general;
cree en el «yo», cree que el yo es un ser, que el yo es una sustancia, y proyecta sobre todas las cosas la
creencia en la sustancia-yo- así es como crea el concepto «cosa»... El ser es añadido con el pensamiento, es
introducido subrepticiamente en todas partes como causa; del concepto «yo» es del que se sigue, como
derivado, el concepto «ser»... Al comienzo está ese grande y funesto error de que la voluntad es algo que
produce efectos, - de que la voluntad es una facultad... Hoy sabemos que no es más que una palabra ...
Mucho más tarde, en un mundo mil veces más ilustrado, llegó a la consciencia de los filósofos, para su
sorpresa, la seguridad, la certeza subjetiva en el manejo de las categorías de la razón: ellos sacaron la
conclusión de que esas categorías no podían proceder de la empiria, - la empiria entera, decían, está, en
efecto, en contradicción con ellas. ¿De dónde proceden, pues? - Y tanto en India como en Grecia se cometió
el mismo error: «nosotros tenemos que haber habitado ya alguna vez en un mundo más alto ( - en lugar de en
un mundo mucho más bajo: ¡lo cual habría sido la verdad! ), nosotros tenemos que haber sido divinos, ¡pues
poseemos la razón! »... De hecho, hasta ahora nada ha tenido una fuerza persuasiva más ingenua que el error
acerca del ser, tal como fue formulado, por ejemplo, por los eleatas: ¡ese error tiene en favor suyo, en efecto,
cada palabra, cada frase que nosotros pronunciamos! -También los adversarios de los eleatas sucumbieron a
la seducción de su concepto de ser: entre otros Demócrito, cuando inventó su átomo... La «razón» en el
lenguaje: ¡oh, qué vieja hembra engañadora! Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios porque
continuamos creyendo en la gramática...
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Se me estará agradecido si condenso un conocimiento tan esencial, tan nuevo, en cuatro tesis: así facilito la
comprensión, así provoco la contradicción.
Primera tesis. Las razones por las que «este» mundo ha sido calificado de aparente fundamentan, antes bien,
su realidad, - otra especie distinta de realidad es absolutamente indemostrable.
Segunda tesis. Los signos distintivos que han sido asignados al «ser verdadero» de las cosas son los signos
distintivos del no-ser, de la nada, - a base de ponerlo en contradicción con el mundo real es como se ha construido
el «mundo verdadero»: un mundo aparente de hecho, en cuanto es meramente una ilusión ópticomoral.
Tercera tesis. Inventar fábulas acerca de «otro» mundo distinto de éste no tiene sentido, presuponiendo que
no domine en nosotros un instinto de calumnia, de empequeñecimiento, de recelo frente a la vida: en este último
caso tomamos venganza de la vida con la fantasmagoría de «otra» vida distinta de ésta, «mejor» que
ésta.
Cuarta tesis. Dividir el mundo en un mundo «verdadero» y en un mundo «aparente», ya sea al modo del
cristianismo, ya sea al modo de Kant (en última instancia, un cristiano alevoso), es únicamente una sugestión
de la décadence, -un síntoma de vida descendente... El hecho de que el artista estime más la apariencia que la
realidad no constituye una objeción contra esta tesis. Pues «la apariencia» significa aquí la realidad una vez
más, sólo que seleccionada, reforzada, corregida... El artista trágico no es un pesimista, - dice precisamente sí
incluso a todo lo problemático y terrible, es dionisíaco...
CÓMO EL «MUNDO VERDADERO» ACABÓ CONVIRTIÉNDOSE EN UNA FÁBULA.
Historia de un error
El mundo verdadero, asequible al sabio, al piadoso, al virtuoso, -él vive en ese mundo, es ese mundo.
(La forma más antigua de la Idea, relativamente inteligente, simple, convincente. Transcripción de la tesis
«yo, Platón, soy la verdad».)
El mundo verdadero, inasequible por ahora, pero prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso («al pecador que
hace penitencia»).
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(Progreso de la Idea: ésta se vuelve más sutil, más capciosa, más inaprensible, - se convierte en una mujer,
se hace cristiana ... )
El mundo verdadero, inasequible, indemostrable, imprometible, pero, ya en cuanto pensado, un consuelo,
una obligación, un imperativo.
(En el fondo, el viejo sol, pero visto a través de la niebla y el escepticismo; la Idea, sublimizada, pálida,
nórdica, königsberguense ).
El mundo verdadero - ¿inasequible? En todo caso, inalcanzado. Y en cuanto inalcanzado, también desconocido.
Por consiguiente, tampoco consolador, redentor, obligante: ¿a qué podría obligarnos algo
desconocido?...
(Mañana gris. Primer bostezo de la razón. Canto del gallo del positivismo.)
El «mundo verdadero» -una Idea que ya no sirve para nada, que ya ni siquiera obliga,-una Idea que se ha
vuelto inútil, superflua, por consiguiente una Idea refutada: ¡eliminémosla!
(Día claro; desayuno; retorno del bon sens [buen sentido] y de la jovialidad; rubor avergonzado de Platón;
ruido endiablado de todos los espíritus libres.)
Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado?, ¿acaso el aparente?... ¡No!, ¡al eliminar el
mundo verdadero hemos eliminado también el aparente!
(Mediodía; instante de la sombra más corta; final del error más largo; punto culminante de la humanidad;
INCIPIT ZARATHUSTRA [comienza Zaratustra].)
NIETZSCHE, F.: El crepúsculo de los ídolos. Alianza Editorial, Madrid 1973, pp. 45-52.
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